jueves, 27 de noviembre de 2014

La librería quemada - Sergio Galarza

En Paseador de perros un inmigrante peruano, viendo que sus planes de prosperar en la Madre Tierra no daban sus frutos ya que no tenía siquiera permiso de residencia, se ganaba la vida paseando a perros por los distintos barrios de Madrid mientras la rabia le consumía; en JFK un scort de lujo conducía bajo las estrellas de la capital al encuentro de clientes anónimo; ahora, en La librería quemada, es todo un grupo el que sobrevive a la gran ciudad.

Un grupúsculo de libreros se van adaptando a los cambios que sufre el sector. Trabajan en "La gran librería", que no es otra que la "Casa del libro" de Gran Vía, lugar donde el propio Sergio Galarza trabaja. Y es que ciertos aspectos solo los puede describir de esa manera alguien que haya trabajado en una librería. Tal es el caso de clientes que no entienden que un libro esté agotado o descatalogado y te lo hagan buscar entre los estantes, que te miren con un deje de reproche porque creen que no le quieres vender el libro; la carga y descarga de cubetas llenas de libros donde cualquier trabajo intelectual que pensabas que ibas a llevar a cabo en la librería cuando firmaste el contrato es pura fantasía; o la creación de terciarias casi hasta el infinito llegando al punto de que la cantidad de terciarias se corresponde con el número de volúmenes de una materia. Un ciudadano, un voto. Un libro, una terciaria.

La crisis del sector, esa que lleva vigente desde que a los sumerios les diera por cocer tablillas de arcilla, ha trasformado profundamente no solo la imagen sino también la esencia de la librería. Donde antes había cientos de referencias bibliográficas, ahora ocupa su lugar pantallas líquidas, papelería de baja calidad o merchandising emparentado de manera remota con el mundo del libro, como puede ser una bolsa con la foto de Virginia Woolf. Las cálidos mesas de madera que decoraban las diferentes plantas del local han dado lugar a muebles blancos de diseño industrial, más prácticos y con menos personalidad. Y en el salón de actos, cuando antaño se llenaba para la presentación de un autor de renombre se ha convertido en un sitio de reunión para que charlen  familiares y amigos con el escritor autoeditado. Por si fuera poco, los viernes es el día que se dedica a los despidos del personal. Solo se despide a empleados, los altos directivos siguen en sus puestos cobrando lo mismo sino más y contratando a dedo (a pesar de que no hay dinero para contratar, solo para despedir) a amigos o antiguos compañeros de estudios que llevan tal o cual empresa para que hagan una autoría con su informe correspondiente explicando los pasos a seguir para que la empresa se mantenga a flote. Como el lector habrá comprobado ya a estas alturas, "La gran librería" es un microcosmos representativo de la sociedaden la que vivimos. La misma crisis pagada por los de abajo mientras que los de arriba son igual de corruptos.

En medio de esta inestabilidad se encuentran los trabajadores de "La gran librería". Galarza se centra sobre todo en los dependientes de la tercera planta, la más conflictiva donde, entre otras secciones, se ubica la que mayor crecimiento ha experimentado en los últimos años, la de autoayuda (otro guiño del autor a los tiempos que corren).

La plantilla es de lo más variopinta, desde un ex seminarista facha hasta el aspirante a escrritor que lleva años corrigiendo su novela sobre Vallejo mientras se masturba con furia, pasando por la empleada que estaba de paso hasta sacarse las oposiciones y ya va para veinte años en la empresa, el que liga con sudamericanas por chat, o la depresiva a la que engañó su novio. Todos ellos personajes solitarios en medio del maremágnum de una gran empresa ubicada en pleno centro de Madrid. No estarían más solos si se echaran al monte.

Con esta ácida y crítica novela coral, Sergio Galarza cierra su trilogía sobre Madrid.

martes, 25 de noviembre de 2014

El idioma materno - Fabio Morábito

Hay libros que hay que celebrar cuando se editan. Por ser diferentes, por mantenerse al margen de mercados y modas, por tener una alta calidad literaria, por aportar algo más que unas cientos de páginas escritas. El idioma materno, de Fabio Morábito es uno de estos libros.

Son ochenta y cuatro textos cuya extensión no supera la página a doble cara los que componen este libro inclasificable del escritor de nacionalidad egipcia pero de pasado italiano y cuya lengua de comunicación es el español. De ahí el título, de ahí los diferentes textos dedicados a la traducción, al lenguaje, al modo de expresarnos. Ochenta y cuatro textos que nacieron en el diario argentino Clarín, cuando le propusieron escribir una columna de temática libre de no más de dos mil caracteres. Desde un primer momento, Morábito tenía claro de lo que quería hablar: del libro y de todo lo que conlleva, desde la escritura a la vocación literaria, pasando por la palabra escrita frente a la oralidad, sobre la poesía y la relación que uno tiene con los textos.

Morábito articula estos pequeños ensayos en hechos concretos de su vida; así, descubrió que quería ser escritor cuando se enamoró de un niño a los siete años y lo traicionó, porque un escritor es el que traiciona de algún modo a los que le rodean, porque se aleja un poco de eso que se llama vida para poder reflexionar sobre ella. Que se levanta temprano, muy temprano, a las cinco y media de la mañana, para velar y a la vez robar los sueños ajenos. También habla sobre libros leídos, sobre sus influencias o libros que leerá, como Anna Karenina que se leyó en tres semanas en constante visitas a su dentista pero que, en realidad, solo era un ensayo para poder leerlo en el futuro.

Al primar la brevedad, Fabio Morábito tiene que ser muy conciso, pero sin dejar de ser preciso, recurre a la analogía, a metáforas, a silencios significativos, dotando a estos textos de algo muy parecido a la prosa poética. Un libro para tener en la mesilla de noche, para cogerlo en cualquier momento del día y leer uno de los capítulos. Para releerlos una y mil veces, para disfrutar de la Literatura de verdad.


lunes, 17 de noviembre de 2014

El Círculo - Dave Eggers

"Te dedicas a comentar cosas y eso sustituye el hacerlas".

Esta frase hecha por Mercer, el exnovio de la protagonista, Mae, resume a las claras el concepto de Red Social. Nos pasamos parte de nuestros días pegados a la pantalla del ordenador, de la tablet, del móvil o cualquier otro dispositivo electrónico. Allí comentamos lo que nos está pareciendo la película que estamos viendo. Nos está pareciendo muy buena. Tanto, que queremos compartirlo con el resto de los mortales aun a riesgo de perdernos parte de esa maravilla del séptimo arte. Si vamos a un restaurante, sacamos la foto de la gran hamburguesa que nos acaban de servir 100% puro vacuno. Localizamos el chiringuito con el gps y lo subimos a la nube para que quien quiera pueda venir a probar este manjar. En la foto la hamburguesa está intacta así que ni siquiera sabemos cómo sabe. Pero eso es lo de menos. Lo importante es la inmediatez y en que todo el mundo sepas lo que haces. Que vean que tienes una vida social activa.

La última novela del escritor norteamericano Dave Eggers trata precisamente de los peligros que conlleva la utilización desmesurada de las redes sociales. En un futuro indefinido, aunque en cualquier caso no muy lejano, la gran red, El Círculo, va tejiendo su telaraña acaparando a su paso millones de usuarios potenciales y empresas privadas. Mae Holland entra a trabajar en la empresa recomendada por su amiga desde el instituto Annie, una de las cuarenta personas más influyente de El Círculo. El campus donde trabaja, que se encuentra en la ciudad ficticia de Sant Vincenzo pero que perfectamente podría ser Silicon Valley, dispone de todo lo necesario para que sus más de diez mil trabajadores puedan sentirse como en casa: de hecho, disponen hasta de habitaciones por si se les hace tarde y no quieren regresar. Cafeterías, restaurantes, bibliotecas, piscinas, pistas de todo tipo de deportes, etc. hacen de este complejo una gran ciudad donde pasar el resto de tus días sin necesidad de coger el coche. Si a esto le sumamos las fiestas, conciertos o monólogos que se celebran de manera periódica, ¿Quién no adoraría El Círculo?

Mae entra de manera titubeante, recibe un par de reprimendas por no hacer más uso de las redes sociales y estar tan abajo en su nivel de popularidad. Le gusta ir en kayak pero, sin embargo nunca hace fotos ni postea sobre el sitio en el que navega. Y no ha aparecido a algunas de las charlas que se han dado especialmente para novatos. Como solución, le van colocando pequeñas pantallas en su mesa de trabajo. La principal para responder a los clientes; una segunda para correo interno; la tercera para InnerCircle, la red social de la empresa. Y así hasta nueve pantalla. Por si fuera poco, tiene un dispositivo para ir respondiendo a un cuestionario infinito mientras resuelve dudas de sus clientes. Así, poco a poco, a Mae le va absorbiendo cada vez El Cículo hasta que decide hacerse transparente; esto es, colgarse una cámara del cuello y retransmitir su día a día en tiempo real.

Paralelamente a este supeditación de Mae a la empresa, los padres y el exnovio se van mostrando cada vez más reacios a quedar con ella, a verla, ya que no solo los ve ella, si no que millones de ciudadanos pueden ver la cena de Mae con sus padres. En este sentido, los discursos de Mercer previniéndola sobre las posibles consecuencias de no tener ni un mínimo de intimidad son muy lúcidas y de lo más sensatas.

Esta novela, que bien podría ser una especie de 1984 2.0 por las similitudes distópicas con la novela de Orwell, tiene su punto fuerte en el realismo con el que está escrito. Así, mientras que el libro de Orwell planteaba una tesis desde la ficción, la novela de Eggers nos aterroriza por lo muy plausible de la situación, por la manera tan natural con la que podríamos llegar a ese punto, casi sin darnos cuenta y de manera tan "democrática".

jueves, 6 de noviembre de 2014

Los últimos - Juan Carlos Márquez

BIENVENIDOS AL APOCALIPSIS

El primer día fue el fogonazo donde los mamíferos ardieron como teas. El segundo, murieron las aves y los peces. Al tercer día, no salió el sol ni le sucedió la luna. El cuarto, los árboles y las plantas se secaron. El quinto día, el cielo y el mar dejaron de existir. Al sexto día, anocheció. El séptimo, por supuesto, el creador descansó.

Con esta creación inversa comienza la última novela del bilbaíno Juan Carlos Márquez, que edita Salto de página. El Apocalipsis parece que ha llegado y el mundo tal y como lo conocemos va a dejar de existir. A modo de diario, Adam Crowley nos relata el día a día de los supervivientes en el nuevo mundo, cómo los militares construyen una ciudad subterránea a la par que lanzan bombas de oxígeno al aire para poder respirar sin máscaras al menos un par de horas al día, o cómo Disney World se convierte en hospital de campaña primero y en campamento base, después. Pero algo sucede cuando descubren alarmados pirámides de huesos apilados a modo de esculturas en los márgenes de la carretera. No todos los habitantes que han sobrevivido a la devastación de la Tierra conservan su forma humana; algunos han mutado convirtiéndose en seres rápidos, ágiles y ultramusculados que practican el canibalismo. La única solución parece pasar por trasladarse a Marte, dando comienzo el Diario de Marte, donde lo que primará será la necesidad de crear un nuevo mundo habitable, un nuevo Génesis. Allí, a Marte, se irán la mujer de Adam con su hijo, el propio Adam, un vecino que se quedó huérfano, un militar experto en biología, y una enfermera con pocas ganas de vivir.

Después de la excelente colección de relatos que bebía de la narrativa americana (Norteamérica profunda) y del no menos interesante Tangram donde un conjunto de relatos se convertía en novela y coqueteaba con el género negro, Juan Carlos Márquez se adentra en esta ocasión en el territorio de la ciencia ficción pero marcando siempre su propio estilo que se va reconociendo a través de sus diferentes obras: un sutil humor negro en ocasiones más hilarante como sucedía en Oficios o Llenad la tierra o de manera más comedida como en esta ocasión, y los guiños a la cultura popular. También está presente en esta obra las relaciones humanas, muy especialmente en la segunda parte de la novela, donde tiene que comenzar una nueva vida para salvar a la raza humana, pero también en la primera parte, en ese Diario de la Tierra, donde en medio del caos se puede ver a un padre jugar con su hijo y el amigo de este a pasarse el balón de rugby o donde un par de niños hacen carreras con una silla de ruedas. O aquella otra estampa familiar donde los adultos y los niños patinan por carreteras desiertas persiguiendo una masa homogénea de gusanos blancos.


Reconozco que nunca he sido un gran aficionado a la ciencia ficción y que conozco poco los códigos en los que se mueve, sin embargo el autor sí que conoce estos códigos que trasgrede y reelabora en esta novela distópica. Poco importa, además, que el lector sea o no seguidor del género. Una vez que tenga el libro entre las manos, se olvidará de las etiquetas que nos autoimponemos y disfrutará de este particular Apocalipsis

RESEÑA APARECIDA EN LA REVISTA QUIMERA ENERO 2015 NÚMERO 374